El pasado domingo 10 de octubre tuve la oportunidad de asistir a la instalación de Carne y Arena (Virtualmente presente, físicamente invisible) en el museo LACMA (Los Angeles County Museum of Art). Se trata del más reciente trabajo del cuatro veces ganador del Oscar, Alejandro González Iñárritu, quien junto a su colaborador de cabecera, el fotógrafo Emmanuel «Chivo» Lubezki, experimentó con la nueva tecnología de realidad virtual para crear una experiencia única, envolvente y revolucionaria que borra la línea que existe entre el filme y el espectador.
Inspirado en cientos de historias de migrantes mexicanos y centroamericanos que cruzaron el peligroso desierto que se extiende a través de la frontera de México con los Estados Unidos, el realizador busca generar empatía en tiempos donde la sombra del odio y el racismo cubren a la sociedad norteamericana. Y no hay mejor manera de descubrir y entender lo que otros sienten y piensan más que ponerse en los zapatos de éstos, y eso es precisamente lo que González Iñárritu logra con Carne y Arena, por medio de una instalación que consta de tres partes: la primera física, la segunda virtual y la última emocional.
El primer segmento de la experiencia se desarrolla en un cuarto frío, que pareciera el refrigerador de alguna carnicería. Sus paredes son blancas y casi estériles, como de hospital. Pero más allá de transmitir confianza y tranquilidad, éstas nos tienen impacientes, nos hacen sentirnos ajenos. Alrededor del cuarto se encuentran unas bancas de acero como las de un gimnasio, y en el piso observamos zapatos y sandalias llenos de tierra. Todos ellos fueron encontrados en el desierto, y pertenecen a hombres, mujeres y niños que cruzaron la frontera en busca de una nueva vida y de un mejor futuro. Se respira un aire tenso, a pesar de encontrarnos solos. Esta es una experiencia individual, no hay nadie más acompañándonos. Solamente nuestro cuerpo, y nuestra mente que comienza a preguntarse si los dueños de los zapatos que observamos lograron llegar sanos y salvos a su destino, o si fueron agarrados por la policía, o si fueron maltratados, o si perecieron en el camino.
Antes de pasar a la segunda parte de Carne y Arena, se nos pide quitarnos los zapatos y los calcetines. El piso es frío e incómodo, pero el sufrimiento y el sacrificio que vemos a través de las historias que guardan los zapatos de la habitación hacen que uno olvide sus penas momentáneas. Una alarma nos indica que es hora de ingresar al siguiente segmento: el virtual.
Es una habitación oscura. Algunas paredes son negras, otras de madera. El piso es de arena, y el contraste de temperatura es inmediato. Dos personas que trabajan en la exposición te ayudan a ponerte el equipo de realidad virtual (VR): unos lentes oscuros que cubren gran parte del rostro, acompañados por unos enormes audífonos que bloquean el sonido externo. Asimismo, te colocan una mochila que deberás cargar en tu espalda. Los chicos explican algunas de las reglas: puedes explorar todo el cuarto, si te acercas a alguna pared jalarán tu mochila suavemente, y si la experiencia resulta intensa puedes pedirles detener la función.
La experiencia virtual da inicio y nos lleva directamente al desierto. Todo es tan real. La arena, los arbustos, el cielo con sus colores de atardecer y sus aves. De pronto escuchas voces, y te das cuenta que formas parte de un grupo de personas que caminan por el desierto: hombres, mujeres y niños. Todos ellos lucen cansados, algunos enfermos. Retumba el rugido de un helicóptero, y en cuestión de segundos, la policía llega en patrullas, apuntando con sus armas, y lanzando a sus feroces perros.
Todo ocurre en cuestión de minutos, pero la intensidad es tan real, tan auténtica, y tan abrumadora que me dejó sumamente conmovido e inmóvil. No fui capaz de explorar el desierto porque un miedo indescriptible me invadió por completo. No podía mover mis piernas y comencé a sentirme un poco mareado. Al final caí de rodillas, destrozado.
Al término de los 6-7 minutos de duración, uno pasa a recoger sus zapatos y calcetines para proceder a la última parte de la exposición: la intelectual o emocional. En ella, algunas historias, acompañadas de los rostros de los individuos, son presentadas en la pared, a lo largo de un pasillo oscuro. Algunos explican el porqué decidieron dejar todo y poner en riesgo su vida, otros platican cómo ha cambiado su vida desde que llegaron a los Estados Unidos. Conocemos sus miedos, sus sueños, sus frustraciones.
González Iñárritu ha logrado desafiar los límites del cine con Carne y Arena, abriendo una nueva puerta de posibilidades al contar historias, valiéndose de la avanzada tecnología disponible. Es una experiencia única e inolvidable, pero a la vez sumamente personal: uno elige que camino seguir, que parte del desierto explorar, con cual personaje conectar. Nos hace ver nuestros problemas diarios a través de una óptica diferente, y nos ayuda a entender los obstáculos y las dificultades que muchos de los migrantes han vencido con tal de establecer una vida segura y digna en los Estados Unidos. Carne y Arena logra humanizar a un segmento de la población del país que constantemente es deshumanizada por la misma sociedad, los medios de comunicación y los mismos políticos.
Carne y Arena se puede vivir en el museo LACMA en la ciudad de Los Angeles, y en Centro Cultural Universitario Tlatelolco en la Ciudad de México. En Los Angeles, todos los boletos hasta el 11 de febrero del 2018 se encuentran agotados, pero el sitio web pareciera indicar que las fechas podrían extenderse. Les recomendamos suscribirse a su lista de correo electrónico para recibir notificaciones sobre nuevas fechas y venta de boletos. En la Ciudad de México, los boletos se liberan cada semana y solamente pueden comprarse en línea a través de la página oficial.