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Reseña – Do Not Expect Too Much from the End of the World – No Esperes Demasiado del Fin del Mundo

Ficha técnica de la película: Título original: Nu astepta prea mult de la sfârsitul lumii. Título en inglés: Do Not Expect Too Much from the End of the World. Título en español: No Esperes Demasiado del Fin del Mundo. Año: 2023. País: Rumanía, Luxemburgo, Francia y Croacia. Dirección: Radu Jude. Reparto: Ilinca Manolache, Nina Hoss, Dorina Lazar y László Miske.

El fin del mundo está cercano y las señales son más que evidentes. El hombre, en su afán por rellenarse los bolsillos de dinero, ha destruido el planeta despiadadamente, explotando los recursos naturales hasta el punto de la extinción. Y mientras los pulmones de la Tierra sucumben, el resto de la población observa en silencio, indiferente. No hay de otra. Comer o morir. Un instinto humano de supervivencia que las empresas multinacionales han sido expertas en lucrar. Largas jornadas de trabajo. Mala remuneración. Un estilo de vida agobiante y frenético. El único alivio que teníamos, el escape virtual, lo hemos reducido también a meras cenizas. Un espacio que, en lugar de unirnos, nos ha ido aislando paulatinamente. Una fosa séptica de narcisismo y desinformación donde es más fácil hallar enemigos que amistades sinceras. Estamos conscientes de los daños irreversibles y del futuro que nos depara, pero resulta inútil jalar el freno de emergencia del tren en movimiento. ¿Para qué descarrilarse cuando se puede llegar al destino final, aún cuando lo único que nos espere sea un desierto infecundo?

Esa es la lúgubre premisa de Do Not Expect Too Much from the End of the World, en español No Esperes Demasiado del Fin del Mundo. Sin embargo, en manos del realizador rumano Radu Jude, ésta se convierte en una mordaz sátira que, a la vez, nos brinda una lección de historia sobre su país natal sin jamás caer en lo didáctico. Una obra inclasificable que, al igual que su filme previo, la alocada Bad Luck Banging or Loony Porn, contrasta pasado y presente de manera ingeniosa para hacernos reflexionar sobre la fragilidad del porvenir, sin perder ese toque de picardía y su afianzado realismo. Una punzante radiografía de la sociedad contemporánea que muestra sus fracturas a contraluz, y que consigue ser particular y universal al mismo tiempo en su amplia gama temática. Desde las dinámicas existentes entre las distintas naciones de la Unión Europea, hasta la imperfecta naturaleza humana que nos condena a seguir los mismos patrones y, por consecuencia, a repetir los mismos errores en bucle infinito.

Con una fotografía en blanco y negro que proyecta un halo de desesperanza, la película nos introduce a Angela (Ilinca Manolache), una joven que labora para una compañía de muebles austriaca cuya producción se lleva a cabo en Rumanía. Sus largas jornadas, en ocasiones de más de 16 horas sin descanso, comienzan desde las 6 de la mañana. A bordo de su automóvil, ésta deberá recorrer las calles de Bucarest – una de las urbes con más tráfico en el mundo – bebiendo café y refrescos energéticos para mantenerse despierta, mascando chicle, y sorteando los insultos de otros conductores quienes, al igual que ella, desean llegar a toda prisa hacia su próximo destino. El programa del día incluye visitar a varios ex-empleados de la fábrica que perdieron su trabajo tras sufrir un accidente durante su faena. Las entrevistas servirán para crear un videoclip inspirador y aleccionador que advierta a los trabajadores de los peligros que conlleva el no utilizar correctamente el equipo de protección que les ha sido otorgado. Una participación que será recompensada con una minúscula remuneración económica. Conforme escuchamos sus testimonios, nos damos cuenta que sus percances fueron provocados no por la falta de la falta de seguridad personal, sino por la irresponsabilidad del conglomerado. Una verdad que será distorsionada al modo de aquellos que sujetan las riendas del poder.

Jude entrelaza la historia con la de otra mujer, también de nombre Angela. Una taxista que conduce su vehículo de alquiler por las principales avenidas del país cuando éste aún se hallaba bajo el régimen comunista. ¿El detalle? Estas imágenes llenas de color, las cuales retratan un estilo de vida casi idílico, provienen del largometraje Angela merge mai departe, estrenado en 1981. El contraste, más allá del uso del color y blanco y negro, es indiscutible. Sin embargo, este ejercicio narrativo va más allá de ser una simple y llana tarea comparativa. Es una confrontación que quizá, a primera vista, nos hace creer que la situación política, social y económica de la nación de Europa del Este ha ido empeorando. Pero, al observar la manera en cómo la Angela del presente y su actual empleador desvirtúan la realidad con tremenda facilidad, resulta imposible no cuestionar el interés propagandista del filme de antaño. Es probable que el director, de haber querido plasmar su visión tal cual de Do Not Expect Too Much from the End of the World hace cuarenta años, hubiera sido objeto de censura, y el resultado no sería el mismo que hoy nos ofrece en esta versión cercana a las 3 horas de duración.

Radical, audaz e impredecible son al menos tres palabras que nos vienen en mente durante el visionado de la película. Jude incomoda, principalmente cuando vemos en pantalla el alter ego de la protagonista: Bobita, una caricatura de personaje con filtro uniceja que ésta ha creado en redes sociales y con el cual busca criticar el sexismo y el racismo tan rampante en la sociedad; sorprende, en especial con la participación de la siempre espectacular Nina Hoss y del controversial director alemán Uwe Boll; y medita, a través de un interludio de cruces que si bien extiende un poco su bienvenida, provee el remate justo para mostrar tanto la indiferencia del hombre para resolver sus problemas como su torpeza para sacarles la vuelta. Tal vez porque lo único ineludible es la muerte y, por ende, la llegada del fin del mundo tiene a la mayoría sin la mínima preocupación. Al final, en una toma fija que es un incontestable testamento al talento del aclamado realizador, la realidad cae encima del espectador, primero como una molesta llovizna, luego como un pesado golpe a la cabeza. ¿Realmente somos apáticos, e incluso cómplices, de la destrucción masiva del mundo, o simplemente nuestras voces son acalladas, incapaces de llegar a las masas y provocar el ruido suficiente para despertarnos del letargo en el que nos encontramos?

Do Not Expect Too Much from the End of the World (No Esperes Demasiado del Fin del Mundo) está exhibiéndose en cines selectos de Estados Unidos.

(3.5 estrellas de 4)

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