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20 Años de Amores Perros

El nacimiento del nuevo cine mexicano

El 16 de junio del 2000, Amores Perros hacía su arribo a las pantallas de cine en México, abriéndose camino entre más de una decena de producciones hollywoodenses que invadían la cartelera veraniega.

La película llegaba al público mexicano con grandes expectativas. Unas semanas antes, el 14 de mayo para ser precisos, la ópera prima de Alejandro González Iñárritu había realizado su debut en el marco del Festival de Cannes, uno de los eventos fílmicos más prestigiosos del mundo. Al término de esta magna celebración cinematográfica, la cinta se alzó con el Gran Premio de la Semana de la Crítica, una importante distinción que reconoce el trabajo de nuevos talentos, y que en su momento fuera otorgada a realizadores como Bernardo Bertolucci y Wong Kar-wai.

A pesar de haber conquistado al público en Cannes, Amores Perros se preparaba para enfrentar su más grande reto: ganarse el respeto de la audiencia mexicana. Un público de paladar exigente que guardaba ciertas reservaciones con respecto a las producciones de manufactura nacional. Habrá que recordar que los años noventa fueron muy duros para el cine producido en el país. Películas como La Tarea de Jaime Humberto Hermosillo, Como Agua para Chocolate de Alfonso Arau, Cronos de Guillermo del Toro, Sólo con tu Pareja de Alfonso Cuarón, y El Callejón de los Milagros de Jorge Fons desafiaron el status quo y lucharon incansablemente por darle una nueva identidad a la industria cinematográfica de México, la cual había tocado fondo una década atrás con la proliferación del cine de ficheras y westerns de bajo presupuesto. Sin embargo, los halagos de la crítica que estas producciones recibieron jamás se tradujeron en arrolladores éxitos comerciales.

El estreno de Amores Perros cambió el panorama del cine nacional, convirtiéndose en el parteaguas de una época que ha sido bautizada como la ola del nuevo cine mexicano. Una era en la que ésta, junto a Y Tu Mamá También y El Crimen del Padre Amaro, rompieron con los esquemas y los prejuicios del público para ofrecer historias de alta calidad, capaces de competir en taquilla contra los blockbusters provenientes del vecino del norte, y poniendo en alto el nombre de México por todo el mundo.

La exitosa jornada de la película se prolongó aún después de su recorrido por las pantallas mexicanas, donde recaudó la extraordinaria cantidad de 95 millones de pesos al término de su corrida comercial de exhibición. Meses más tarde, Amores Perros lograría lo que ninguna producción nacional había conseguido en 25 años: convertirse en la primera cinta en representar al país en los premios Oscar. Una hazaña que no ocurría desde la nominación de Actas de Marusia en 1975. La noche de los Oscares fue la gran culminación de una excelente carrera que duró casi un año. Y aunque, lamentablemente, la película no se llevó la codiciada estatuilla dorada (Crouching Tiger, Hidden Dragon, con sus diez nominaciones, se llevó el premio en representación de China), ésta puso a México en el mapa de los circuitos cinematográficos más importantes a nivel internacional.

La llegada de los gigantes

A sus 36 años de edad, Alejandro González Iñárritu, originario de la Ciudad de México, ingresó a los exclusivos círculos de la industria del cine mundial. Tras el éxito crítico y comercial de su ópera prima, Iñárritu se lanzó a Hollywood para realizar su segundo largometraje titulado 21 Grams, interpretado por Sean Penn, Naomi Watts y Benicio del Toro, y estrenado en cines en el 2003.

En esta producción, el director volvió a hacer mancuerna junto a Guillermo Arriaga, el escritor de Amores Perros. Previo a su primera colaboración, Arriaga ya había publicado dos novelas, y una de ellas, Un Dulce Amor a Muerte, había sido adaptada al cine por él mismo en 1999. 21 Grams era la segunda parte de la llamada «trilogía de la muerte», la cual concluiría tres años más tarde, en el 2006, con Babel. Un ambicioso drama de talla internacional protagonizado por Brad Pitt y Cate Blanchett. Babel terminó llevándose un total de 7 nominaciones al premio Oscar, incluyendo Mejor Película. Tanto Iñárritu como Arriaga recibieron elogios y nominaciones en las categorías de Mejor Director y Mejor Guion Original, respectivamente.

Tras la conclusión de esta trilogía, Guillermo adaptó otra de sus novelas al cine, El Búfalo de la Noche, en el 2007. Un año después, se encargó de escribir y dirigir la cinta The Burning Plain, estelarizada por la ganadora del Oscar Charlize Theron.

Por su parte, Alejandro regresó al cine en español con Biutiful en el 2010, un drama protagonizado por Javier Bardem que volvería a darle otra nominación al Oscar en la categoría de Mejor Película de Lengua Extranjera (ahora conocida como Mejor Película Internacional), representando nuevamente a México. Cuatro años más tarde, Birdman le daría finalmente la anhelada estatuilla dorada a Mejor Director. Una excepcional hazaña que repetiría al año siguiente con The Revenant.

Amores Perros también impulsó las carreras en cine de otros tres gigantes: Gael García Bernal, Gustavo Santaolalla y Rodrigo Prieto. Tras su primer protagónico, Gael se convirtió en el rostro del nuevo cine mexicano, encabezando otras dos exitosas producciones cinematográficas que marcaron el inicio de dicha época: Y Tu Mamá También y El Crimen del Padre Amaro. Sus colaboraciones con Walter Salles y Pedro Almodóvar le abrirían las puertas de Hollywood y lo consagrarían como una de las figuras más prominentes del cine Latinoamericano.

Luego de haber cosechado grandes éxitos durante los años ochenta en el mundo del rock latino, el argentino Gustavo Santaolalla se convirtió en uno de los productores musicales más influyentes de la década posterior. Amores Perros marcó su primera incursión en cine como compositor musical, mas no su última. En el 2005 y 2006, Santaolalla se hizo acreedor al premio Oscar a Mejor Score Original por su excepcional trabajo en Brokeback Mountain y Babel.

Para inicios del nuevo milenio, Rodrigo Prieto se había convertido en uno de los fotógrafos más reconocidos del cine mexicano. Su trabajo en el drama del año 2000 lo llevó directo a Hollywood, donde tuvo la oportunidad de volver a colaborar con González Iñárritu, y de convertirse en el fotógrafo de cabecera de Martin Scorsese, con quien ha hecho mancuerna desde el 2013 con The Wolf of Wall Street.

Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes

A 20 años de su estreno, Amores Perros continúa sorprendiendo e impactando con su narrativa fragmentada, con su vertiginoso ritmo, con su incómoda violencia, y con su soundtrack tan cool que incluye melodías de Control Machete y Nacha Pop. No hay que olvidar tampoco la maravillosa actuación de Emilio Echeverría como El Chivo, uno de los personajes más memorables del filme.

Un tríptico que nos recuerda que el destino está fuera de nuestro control, y que, en un breve instante, nuestras vidas pueden cambiar de rumbo por completo. Tres historias unidas por un dantesco accidente automovilístico que refleja no solo la fragilidad humana, sino también el brusco choque social que existe en una metrópoli del tamaño de la Ciudad de México.

Incluso en una de las urbes más grandes del planeta, las vidas de todos los habitantes están finamente conectadas. Seres solitarios en busca de un amor no correspondido, cuyas acciones tienen una inimaginable reacción en cadena. El ejemplo más claro de que toda causa tiene un efecto.

En la película, los perros son una figura central, no solo como fieles compañeros de los protagonistas, sino también como representantes de ese carácter volátil que cada uno carga en su interior. En ocasiones, es el mismo entorno y sus circunstancias las que permiten que uno actúe en base a tales instintos, sin pensar detenidamente en las consecuencias de dichos actos tan impulsivos.

Volver a ver Amores Perros por motivo de su vigésimo aniversario me hizo recordar ese primer encuentro con esta magnífica obra. A mis 15 años, Amores Perros fue la primera película mexicana que disfruté en el cine, y la que me inspiró a seguir de cerca el trabajo de otros realizadores que formaron parte de esta refrescante oleada de cine nacional. En retrospectiva, su escala y su propuesta, tanto visual como narrativa, no han perdido el impacto que tuvieron hace veinte años. Un filme lleno de momentos icónicos que marcó una nueva era del cine en México, y que logró poner la mirada del público internacional sobre las producciones de manufactura mexicana.

¡Felices veinte, Amores Perros!

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