«La vida es una serie de pequeños eventos sin sentido», menciona uno de los personajes a Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), el protagonista del filme, en una de las escenas más conmovedoras de Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades (Bardo, False Chronicle of a Handful of Truths). Dicha frase describe a la perfección la estructura narrativa del séptimo largometraje del realizador Alejandro González Iñárritu, quien nos lleva a través de un íntimo viaje donde fragmentos de memorias, de sueños y de realidades convergen y se mezclan entre sí, sin llevar un estricto orden cronológico. Una experiencia cinematográfica, quizá la más personal de la filmografía del aclamado director mexicano, en la que las emociones se sobreponen a las ideas. Una odisea surreal y existencialista de proporciones épicas que, además de adentrarse en la mente de un artista, nos conduce por un breve repaso de la historia de México para explorar temáticas de identidad y pertenencia.
Varias décadas después de haberse convertido en un inmigrante de primera clase, Silverio regresa a la Ciudad de México, en vísperas de recibir un galardón de parte de una importante asociación estadounidense en reconocimiento a su importante labor periodística, para re-conectar con sus familiares y amigos cercanos y, de paso, encontrar la inspiración necesaria para escribir su discurso de aceptación. La presea no es algo insignificante. Al contrario, es la primera vez que dicha organización de talla internacional condecora la trayectoria de un artista de origen mexicano o latinoamericano. Sin embargo, tal distinción ha hecho que los miedos y las inseguridades emanen y se apoderen del protagonista, al grado de llevarlo a cuestionar sus raíces y su éxito profesional, y a evadir los reflectores por temor a la burla y al rechazo del público que ha seguido sus pasos desde el inicio. El llamado síndrome del impostor.
Estas rumiaciones conducen al documentalista, un alter-ego del mismo Iñárritu, a través de un ineludible laberinto donde observa los episodios más dolorosos y vergonzosos de su vida con un toque carnavalesco y hasta de picardía, apoyado siempre por el extraordinario trabajo musical de Bryce Dessner de la banda norteamericana The National y de un sobresaliente diseño sonoro. Esta travesía onírica también lo transporta hacia aquellos momentos en los que, como hijo, hermano, esposo y padre, tal vez falló o no supo actuar correctamente. Instantes en los que habló sin mover la boca (un chiste recurrente a lo largo del filme) en lugar de haber expresado abiertamente sus sentimientos con quienes necesitaban escuchar unas cuantas palabras de aliento.
Bardo es una cinta que requiere un poco de paciencia para adaptarse a su estilo tan poco convencional que se aparta de los trabajos previos del ganador del premio Oscar. No obstante, en ella podemos encontrar no solo guiños a algunas de sus cintas como Amores Perros o Babel, sino también retazos de su exposición de realidad virtual Carne y Arena en las escenas desérticas donde observamos el peregrinaje de un grupo de individuos hacia la frontera norte del país. El tema de la relación entre México y los Estados Unidos se hace presente en más de una ocasión, refiriéndose incluso hasta el conflicto bélico ocurrido en 1847, mientras lanza críticas mordaces a las actuales políticas imperialistas y a la insaciable sed capitalista del pasteurizado vecino norteño.
A pesar de ser una película que nos invita más a envolvernos en sus emociones que en sus ideas, resulta imposible no ahondar en ellas. Hubo una en particular que, como inmigrante mexicano radicado en la Unión Americana, hizo que conectara de forma muy personal con la obra del autor de cine. Me refiero a la perspectiva de identidad y de pertenencia que Iñárritu plasma en el filme. Esa dualidad de amar a México con todo el corazón a pesar de estar conscientes de las problemáticas que le aquejan y que, de cierta manera, nos han impulsado a vivir lejos de sus tierras. De no sentirse ni de aquí, ni de allá, y de haber perdido la noción de cuál lugar es nuestro verdadero hogar.
Visualmente grandiosa, Bardo aprovecha la excelsa fotografía de Darius Khondji para crear sensacionales tomas largas, como la secuencia dentro del foro de televisión o la del baile en el salón California, ambas reminiscentes de las técnicas utilizadas en Birdman, así como para también plasmar imponentes imágenes que ilustran las cuantiosas metáforas ingeniadas por Iñárritu y Nicolás Giacobone. Sobresalen las escenas en el Centro Histórico de la Ciudad de México para representar las miles de personas desaparecidas en el país – una de las más graves problemáticas en la última década – y mostrar la indiferencia de las instituciones religiosas, la complicidad de las autoridades y la misoginia tan arraigada de la sociedad. De igual manera, la toma en el Zócalo capitalino, lugar que fuera el más importante y sagrado para la civilización azteca, es una llena de simbolismo en la que busca desenmarañar y hacer las paces con el conflictuado y difícil origen del país que hoy conocemos como México.
Daniel Giménez Cacho encabeza el reparto con tremenda fuerza, llevándonos de la mano a través del viaje tan introspectivo y catártico de su personaje mientras se encuentra en el bardo, un estado intermedio entre la muerte y el renacimiento de acuerdo al budismo tibetano. No obstante, Camila (Ximena Lamadrid), la hija del protagonista, hace referencia al título de la cinta en alusión a la urna en la que yacen las cenizas de un ser querido, cuya pérdida ha provocado que todos ellos vivan constantemente en ese estado de dolor y vacío. La actriz argentina Griselda Siciliani y el debutante Íker Sánchez Solano complementan el elenco de esta alegórica aventura sobre la vida, la muerte, y todo el espacio que existe entre ambos estados.
Bardo, al igual que su personaje principal, significa más que el celebrado retorno de Alejandro González Iñárritu a su natal México para filmar su primera cinta en tierra azteca desde el año 2000. Es un proyecto sumamente personal que le da rienda suelta a su creatividad y que le permite ser vulnerable y auto-crítico, burlándose de sí mismo como todo buen mexicano lo sabe hacer. Asimismo, es la obra de un autor en pleno control de su arte, y que está consciente de su estatus y de su privilegio a la hora de desmenuzar la historia, la cultura, las problemáticas, y las contradicciones que caracterizan al país. Bardo es una historia que en su belleza y dolor, en su realidad y onirismo, en su amor y en su odio, en su carácter individual y colectivo, nos invita a salir de ese limbo, ese espacio intermedio y cerrado, que nos impide hallar esa felicidad plena a la que todos aspiramos en este continuo peregrinaje.
Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades (Bardo, False Chronicle of a Handful of Truths) se exhibe en cines selectos de Estados Unidos a partir del 4 de noviembre del 2022. La película estará disponible en línea vía streaming a partir del 16 de diciembre del 2022 en Netflix.

Título original: Bardo, Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades (Bardo, False Chronicle of a Handful of Truths)
Año: 2022
País: México
Dirige: Alejandro González Iñárritu
Con: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid e Íker Sánchez Solano