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Reseña – We’re All Going to the World’s Fair

Desde sus inicios, el Internet ha sido un espacio que brinda la oportunidad de conectar con personas que comparten nuestros gustos e intereses. Un mundo virtual de infinitas posibilidades que permite expresar nuestras ideas y emociones de una forma que quizá resultaría difícil hacerlo en la vida real. Un portal donde, en ocasiones, se puede forjar una realidad alternativa, ajena a toda preocupación y frustración que exista fuera del ordenador. En las últimas tres décadas, la tecnología ha ido evolucionando a pasos agigantados, transformando radicalmente la forma en cómo nos comunicarnos con los demás. Los diarios virtuales en LiveJournal y Tumblr han dado paso a video blogs en YouTube, Instagram Stories, y extensos hilos en Twitter. Mientras que las comunidades formadas a través de foros y chats masivos han encontrado un nuevo hogar en grupos de redes sociales o aplicaciones móviles de mensajería.

Todos, en algún punto de nuestra vida, hemos encontrado ese lugar en el Internet que nos ofrece una plataforma de seguridad y de pertenencia. De ser quien somos sin miedo al rechazo o a la burla social. De individuos que, a pesar de las diferencias geográficas y culturales, están entrelazados en la misma sintonía. Para Casey (Anna Cobb), una solitaria adolescente que habita en un monótono suburbio de los Estados Unidos, ese espacio seguro existe en una comunidad de creadores de contenido digital, quienes son partícipes de un extraño reto viral, de esos que cada año suelen llamar la atención del mundo e incitar al diálogo sobre los peligros que se esconden en la profundidad de las redes. En el challenge del world’s fair, los jugadores hacen un pacto de sangre frente a la pantalla de su computadora y se encargan de documentar su comportamiento en días posteriores, supuestamente controlado por malévolos espíritus de personajes que, en vida, trabajaban en aterradoras ferias y circos rodantes.

Nerviosa, pero al mismo tiempo curiosa por descubrir qué sucederá tras haberse unido al reto, la chica pasa las noches en la oscuridad de su habitación, un ático iluminado solamente por adornos color neón que cuelgan de las paredes, observando una serie interminable de videos en los que otros participantes detallan sus síntomas, los cuales van desde el perder el control de sus movimientos hasta sentir que su piel se ha convertido en plástico. Un voyerismo que es interrumpido, de vez en cuando, por sesiones de ASMR que le ayudan a conciliar el sueño. Casey comienza a experimentar cambios, tanto físicos como emocionales, de forma paulatina, y estos llaman inmediatamente la atención de JLB (Michael J Rogers), un siniestro jugador escondido en el anonimato, quien le advierte que ésta corre un serio peligro. Poco a poco, las líneas entre lo real y lo ficticio van disipándose, como si fuese un reflejo de la ambigüedad que encontramos actualmente por todas partes del Internet, donde las teorías de conspiración y la desinformación co-existen orgánicamente entre hechos y verdades científicas.

We’re All Going to the World’s Fair, ópera prima de Jane Schoenbrun, es un minimalista pero impresionantemente efectivo relato de terror en el que el lado oscuro y críptico del mundo virtual es más inquietante que cualquier suceso paranormal. Aquí no hay jumpscares que están esperando el preciso momento para hacernos gritar, pero sí una perturbadora y desoladora atmósfera – aderezada por la música de Alex G – que nos conduce por caminos de incertidumbre, reminiscente a los trabajos de David Lynch con toques del body horror de Cronenberg. Una cinta que no solo explora los peligros modernos del Internet, un lugar donde depredadores utilizan artimañas para aprovechar la vulnerabilidad emocional de los jóvenes, sino también de ese deseo de los nuevas generaciones por ganar una popularidad efímera, sin importarles poner en riesgo su integridad física o psicológica.

Encabezada por la magnífica interpretación de Anna Cobb, un auténtico descubrimiento actoral, la película posee los elementos necesarios para convertirse en un referente de culto juvenil al estilo de Donnie Darko, especialmente al tratar de forma simbólica temáticas que van desde el descubrimiento de identidad, la disforia de género, y la incansable búsqueda por encontrar un sentido de pertenencia. Asimismo, el carácter tan ambiguo de su acto final, el cual obedece, de cierta manera, al tono enigmático de cientos de leyendas urbanas que surgen en las redes sociales denominadas creepypasta, se presta a múltiples e interesantes lecturas que van desde lo positivo, como el rol de las comunidades virtuales en el proceso de auto-descubrimiento y apoyo emocional, hasta lo negativo, como las falacias que saturan las redes sociales y las consecuencias – a veces devastadoras – que éstas tienen en la formación de los adolescentes.

We’re All Going to the World’s Fair es un sensacional debut para Schoenbrun, y un escalofriante y experimental relato que, como su título indica, nos muestra cómo todos estamos en busca – de una forma u otra, tanto en el mundo real como en el virtual – de conectar con los demás y de encontrar finalmente ese espacio que nos acepte y nos permita vivir auténticamente, sin necesidad de máscaras, avatares o nicknames que escondan nuestra verdadera identidad.

We’re All Going to the World’s Fair está exhibiéndose en cines selectos de Estados Unidos y está disponible a la renta en formato digital a través de plataformas de VOD (Video On Demand).

Título original: We’re All Going to the World’s Fair

Año: 2021

País: Estados Unidos

Dirige: Jane Schoenbrun

Con: Anna Cobb y Michael J Rogers

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